Las primeras capillas de Coyoacán I

La extinta capilla del siglo XVI en el Pueblo de la Candelaria

Caminar por las calles y callejones del antiguo Coyoacán no sólo es un gusto que deberíamos regalarnos más seguido, sino que también nos puede llevar a alguno de sus pequeños y a veces olvidados templos, situados en el corazón de sus pueblos y barrios tradicionales. Estos viejos edificios hoy se encuentran atrapados por la urbanización moderna y se mantienen en pie a pesar de su venerable edad y en ocasiones hasta de la buena voluntad de sus fieles, quienes con el afán de mantenerlos, muchas veces terminaron mutilándolos e incluso demoliéndolos.

Sin embargo, no es posible negar que Coyoacán conserva aún una buena parte de sus templos primitivos. La mayor parte de estos edificios fueron construidos en pueblos y barrios a finales del siglo XVI y con el paso del tiempo fueron continuamente remodelados para adecuarse a las nuevas necesidades de la población y del culto, con lo cual perdieron su aspecto original.


Recorrer hoy sus reducidas naves no sólo representa una oportunidad para gozar de sus espacios sagrados y su paz, sino también para desenterrar con la mirada escondidos detalles que nos permiten asomarnos a su arquitectura y ornamentación originales. Esto aplica también para el templo parroquial de San Juan Bautista –en modo alguno pequeño– que al situarse en el centro de la demarcación, la Villa de Coyoacán, fungió como cabecera de pueblos y barrios, además de constituir un efectivo espacio para la evangelización de los indios. Este templo-cabecera, que antiguamente contó con una planta basilical de tres naves, fue fundación franciscana y después fue administrado por la orden dominica. A pesar de múltiples y continuas alteraciones a su estructura, hoy conserva casi intacta su fachada de 1582, la arquería indocristiana, un complejo arco plateresco, una pila de agua bendita, el arco de entrada a la sacristía, coro y sotocoro, monasterio, capilla de patio y dos magníficos artesonados de madera estofada, todo del siglo XVI o principios del XVII. El templo perdió, en cambio, su enorme atrio, su huerto, el camposanto, el techo de madera (alfarje artesonado) y dos de sus naves.

En los alrededores de la Villa de Coyoacán varios centros poblacionales se desarrollaron y pronto tuvieron la necesidad de construir sus propios templos. Esto sucedió desde épocas tempranas de la conquista espiritual, probablemente al mismo tiempo en que los misioneros asignaron santos patronos y comenzaron a visitar esporádica o periódicamente los pueblos y barrios, apenas unas décadas después de la conquista bélica. Fue así como se comenzaron a erigir las ermitas primitivas de Coyoacán, que en su mayor parte siguieron el exitoso esquema constructivo y devocional que representó esa genial aportación de los frailes a la arquitectura novohispana: la Capilla Abierta o “de patio”, como la llamó Fray Toribio de Benavente, Motolinia. Estas humildes y simples capillas aisladas contaron con un presbiterio elevado por gradas que generalmente estaba precedido por un amplio arco de piedra, que le servía tanto como elemento delimitador como de protector estructural, gracias a que permitía agregar un techo de viguería sobre el altar. Estos edificios carecieron en su mayor parte de sacristía y pudieron contar con pequeñas habitaciones para el alojamiento temporal de los frailes además de un reducido atrio, no siempre delimitado, que pudo o no poseer cruz atrial. Sus paredes interiores, generalmente lisas y blancas, contaron con pintura mural en grisalla (trazos en blanco y negro) cuyos temas eran edificantes: vidas de santos y pasajes del evangelio. En posteriores remodelaciones, las capillas abiertas de Coyoacán fueron acondicionadas al culto, “cerrándolas” y permitiendo que los fieles entraran en ellas; para ello se les agregaron tres arcos frontales que sirvieron como entrada y se les construyeron torres-campanario. Ejemplos de esta modalidad arquitectónica fueron las hoy extintas Capillas de la Candelaria y de los Reyes, además de las muy modificadas pero aún en pie construidas en San Sebastián Chimalistac, el Barrio del Niño Jesús, el Pueblo de San Francisco y el Barrio de Santa Catarina. Sólo ésta última, sin embargo, conserva sus tres arcos primitivos abiertos; la mayoría de las entradas laterales de los otros templos fueron tapiadas a partir del siglo XVIII.

Otra de las características que vale la pena destacar de las capillas abiertas y templos primitivos de Coyoacán es que fueron construidas sobre terrenos elevados y promontorios, en ocasiones sustituyendo a los antiguos Teocallis, y otras privilegiando la altitud para convertir al edificio y a la cruz en una especie de “faro” para los fieles que en ellas se reunían. Eso explica que tradicionalmente, y aún en la nomenclatura oficial de algunos de los barrios, los alrededores del templo cuenten con calles llamadas “Cerrito” o “del Cerrito” (La Candelaria, San Mateo Churubusco) o “Tepexpan” (“sobre el frente del cerro”), como en el Barrio del Niño Jesús y la Candelaria. Otros templos elevados fueron el de San Francisco (que posee una magnífica pila bautismal de piedra prehispánica reutilizada, con mazorcas labradas) y el lamentablemente demolido de Santiago, en el actual Pueblo de los Reyes. Algunos otros, erigidos en terrenos bajos, privilegiaron la cercanía de las fuentes de agua que caracterizaron a Coyohuacan (“En el lugar de los pozos o manantiales”), tal vez por su relación con el bautismo y la evangelización. Tal es el caso de la capilla abierta de Santa Catarina Omac, población situada “[entre] dos aguas”, el de San Sebastián Chimalistac (al lado de un canal o acalote) y el de San Lucas. No debemos dejar de lado la posibilidad de que en un lugar con tanta agua como lo fue Coyoacán, el culto prehispánico a deidades acuáticas hubiera encontrado continuidad en un santo que contaba también con poderes “acuáticos”, llamado San Juan Bautista.

Las capillas antiguas de Coyoacán, y aun los templos modernos que con una dosis de fe, piedad y búsqueda del prestigio sustituyeron a sus predecesores, son sin duda alguna una muestra del importante patrimonio histórico y cultural con el que cuenta nuestra Ciudad de México. La tarea es lanzarse a las callejuelas e ir a buscar en ellos sus secretos, su entrañable pasado, y por qué no, nuestra propia identidad.

La antigua Capilla del Pueblo de La Candelaria, en Coyoacán

El Pueblo coyoacanense de La Candelaria es uno de los más antiguos y con más tradición del sur de nuestra ciudad. Hasta mediados del siglo XX era un lugar apacible, recorrido por acalotes de agua limpia donde los pobladores se bañaban y obtenían alimentos como peces, ajolotes y acociles. Alrededor del agua crecían sin límite las milpas, mil tipos de flores y las hortalizas que tras la cosecha serían vendidas en mercados lejanos. El pueblo se encontraba al borde del Pedregal, extensión creada por el volcán Xitle que brindaba a los habitantes un sinnúmero de materiales de construcción, además de alimentos.

Sin embargo, aun en nuestros días, atrapado por ejes viales y por una urbanización insaciable, la Candelaria conserva mucho de su antiguo aspecto. Aunque mucho ha cambiado, todavía hoy sus callejones y calles irregulares recuerdan cómo era cuando en los terrenos había sólo unas cuantas casas con techos de amanil dispersas entre las zanjas, chinampas y campos llenos de flores. Justo en medio de todo esto, allá, cerca de los bordes del pedregal y a un lado del cerrito, se levantaba la pequeña  capilla de la Virgen de la Candelaria, hoy sustituida por un templo de planta basilical levantado a mediados del siglo XX, nuevamente siguiendo el esquema de reconstrucción del templo principal de Coyoacán.

La capilla originaria del pueblo era muy antigua y se cree que pudo comenzar a construirse durante la segunda mitad del siglo XVI y terminada hacia el año de 1582, cuando las obras de la cercana Parroquia de San Juan Bautista acababan también. Desde luego, hoy es difícil tratar de imaginarla como fue en sus principios, pero sabemos que fue aún más humilde de lo que nuestros mayores recuerdan, porque en el siglo XVI la construcción era sólo una capilla abierta (Primera Etapa constructiva) como las de otros pueblos y barrios de Coyoacán, como los del Niño Jesús, Santa Catarina, Los Reyes, Santiago y San Mateo Churubusco. Estas capillas primitivas eran “de visita”, lo cual quiere decir que recibían periódicamente la visita de los frailes, quienes a partir de la Parroquia diseñaban rutas itinerantes para cubrir todo el territorio a evangelizar. Su arquitectura era simple y pobre, de acuerdo con las reglas de los franciscanos y dominicos, por lo que solamente constaban de un arco de piedra que servía de soporte para el techo de viguería que protegía al altar de la intemperie. Esta conformación de “cueva” artificial de las capillas abiertas ofrecía a quienes se reunían en su atrio una buena visibilidad y acústica durante los servicios religiosos. Aunque la construcción era humilde, es más que probable que las paredes de esta capilla hubieran estado adornadas con pinturas de trazos negros sobre fondo blanco y que alrededor del atrio existiera una barda perimetral resguardando una cruz de piedra al centro. Hay que decir que esta capilla contaba con una orientación atípica, pues su puerta daba al este en vez de al oeste. Esto tal vez se debió a que los franciscanos, en aras de cumplir con su labor, solían construir sus templos como mejor les conviniera o adaptándose a los accidentes del terreno, aunque las reglas arquitectónicas establecidas resultaran violadas.

Posteriormente, al arco original de la capilla abierta se le impuso una fachada que a su vez contó con tres nuevos arcos de piedra (Padre, Hijo, Espíritu Santo), de manera que a mediados del siglo XVII la capilla de La Candelaria pudo quedar cerrada y el templo adquirió así una pequeña nave interior (Segunda Etapa constructiva). Pocos años después, de acuerdo con la moda arquitectónica y la posible bonanza del pueblo, se decidió ponerle a la iglesia una pequeña torre campanario (Tercera Etapa constructiva), pero como las paredes eran débiles éstas necesitaron ser reforzadas con sólidos contrafuertes de piedra. El templo se conservó con esta forma hasta el siglo XVIII, cuando los dos arcos laterales de su fachada fueron tapiados como sucedió con otras capillas en Coyoacán. Las capillas abiertas y la forma basilical (con más de una nave, siempre en número impar) habían caído en desuso, y la llegada del clero secular (es decir, no frailes de monasterio, a quienes se les llama “regulares”) había impuesto nuevas reglas, entre ellas la estadía del sacerdote en el lugar del culto. La fachada de esta antigua capilla fue sumamente simple, ya que no contaba con una entrada de piedra labrada, sino sólo con columnas sugeridas de estilo muy puro y clásico. Es posible que nunca se buscara la estética del edificio, sino solamente su funcionalidad.

La capilla del Pueblo de la Candelaria se mantuvo con este mismo aspecto hasta mediados del siglo XX, cuando sus habitantes consideraron que debía ser remodelada y en gran parte demolida, para dignificarla y dar cabida a más fieles. Fue así como aquel antiguo monumento fue desmantelado sin permiso de las autoridades, y sus materiales en gran parte reutilizados para el nuevo proyecto. Poco antes de desaparecer casi por completo, a la capilla se le construyó una nueva torre, al lado sur, y una cúpula, que aunque con modificaciones, es al parecer la que hoy se conserva (Cuarta Etapa constructiva). De aquel hermoso y primitivo monumento del siglo XVI quedan solamente el arco original situado sobre el altar actual y el presbiterio, el ciprés o baldaquino de columnas corintias y los arcos que solían adornar su fachada. Estos mismos arcos son los que hoy, con sus columnas de piedra originales, dan entrada al actual espacio atrial que alguna vez contó con arriates y pequeños arbolillos. Parece ser que así es como suele suceder con el patrimonio; es sólo la memoria lo que lo puede mantener orgullosamente en pie.

Alberto Peralta de Legarreta

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